IMPLOSIÓ IMPUGNADA n.º 17
Ceci n’est pas
une place
Entre 1926 y 1929, René Magritte pintó La traición de las imágenes, una serie
pictórica, constituida por tres piezas, que hoy todos reconocemos gracias al
motivo de la pipa. A partir de esta figura, que aparece en distintas
posiciones, distintos tamaños, inscrita en múltiples marcos (a veces dentro de
la misma obra), y de su relación con el título que la acompaña, Ceci n’est pas une pipe (Esto no es una pipa), Magritte nos sitúa
ante el debate filosófico que gira en torno a la relación entre imagen y
realidad (y del cual se derivan, posteriormente, la discusiones acerca del
problema de la representación o de la distancia que separa las palabras y las cosas). Con la escolarización del pensamiento de
Magritte, esa aparente contradicción se resuelve estableciendo una diferencia:
“esto no es una pipa, sino el dibujo de una pipa”. Sin embargo, Magritte, en
una carta a Foucault fechada el 23 de mayo de 1966, escribe: “El título no
contradice al dibujo; afirma de otro modo”[1].
No es casual, entonces, que la Implosió
impugnada n.º 17, de Rafael Tormo i Cuenca, nos exponga entre los restos de
este debate.
Aquí, se
prescinde de la figura o de la representación. No se hace uso de la imagen de
una plaza (place). Parece que el
título, en esta ocasión, en su materialidad, define los límites de la implosió. El referente de la letra, esta
vez, es real: estamos en una plaza (y no ante el dibujo de una plaza).
Entonces, ¿cómo resolvemos ahora esa contradicción? ¿Hacia dónde nos conduce
esta palabra? Posiblemente, hacia ningún lugar seguro, pero en cualquier caso
nos desplaza desde la discusión del ámbito artístico hasta la intimidad de nuestro lugar en común.
¿Esto no es una
plaza? Quizás podríamos refugiarnos en lo que ya sabemos: esta plaza, cualquier
plaza, está perdiendo progresivamente (o ha perdido ya) su función de plaza. De
plaza en tanto que espacio público. La plaza supone cada vez menos, en nuestras
ciudades, un espacio de encuentro cotidiano. El espacio público se diseña ahora
en función del espacio y el tiempo de consumo. De este modo, los títulos que
nos encontramos en él no son más que las fórmulas del lenguaje publicitario,
que asocia las imágenes y las palabras de acuerdo a otro tipo de estrategias.
Incluso, podríamos recurrir a ese argumento que señala la última mutación de
nuestras ciudades, de modo que ya no serían tanto (o únicamente) un espacio
para el consumo como un producto que se consume[2].
No serían respuestas equivocadas. En este sentido, “esto no es una plaza”. Pero
son respuestas que ya conocíamos. Y tal vez no sea suficiente.
Foto de Joanbanjo
El texto de la implosió, en esta plaza, apunta a la
ocupación de las plazas de los últimos dos años y medio (desde la inmolación de
Mohamed Bouazizi, en diciembre de 2010, en Túnez, hasta el último cerco al
congreso), y esta, a su vez, apunta también a otros problemas u otros motivos
difíciles de nombrar. Esta dificultad es análoga a la dificultad que
encontraríamos si quisiéramos establecer los límites de la implosió, que no se corresponden exactamente con el contorno de las
letras o el final de esa frase. En
todos los casos, nos alcanza en un lugar en el que no estamos solos, y, por
tanto, debemos hacernos la pregunta acerca de las formas de vida en ese
espacio, que es la pregunta acerca de los límites y la distancia que hay entre
nosotros (la plaza, en efecto, funciona como un símbolo, pero esta vez como un
símbolo que nos contiene en el espacio y en el tiempo). Las respuestas de las
que disponíamos (la política) o las descripciones de nuestros gestos (el anti)
tampoco nos satisfacían.
La implosió
se dirige a esa insatisfacción. A través de un determinado código artístico,
pero más allá (o más acá) de él, en tanto que texto o imagen situada en este
contexto específico. Es más, querría instalarse en ella, entre nosotros,
acoger, de algún modo, estas experiencias. No tanto para liberar su verdad,
sino para liberar finalmente a partir de ellas nuestro lenguaje[3]
(“el título no contradice al dibujo; afirma de otro modo”, decía Magritte).
De este modo, quizá aprendamos a nombrar
el “mundo común”[4] en el que ya
estamos implicados. Por ello, tal vez no se trate únicamente de distinguir
entre lo que es o no es un espacio, une
place, o entre la imagen de las plazas o del Cabanyal (el producto) y las
plazas o el barrio de verdad (el espacio de encuentro). Ahora, es el lugar en
el que estamos. Un lugar, además, que a pesar de ser continuamente
instrumentalizado, es el espacio por donde circulan nuestros cuerpos y nuestros
afectos, gracias sobre todo a la acción sostenida en el tiempo de sus vecinos.
Es el Portes Obertes. Como símbolo
que nos contienen aquí y ahora. Este es el relato en el que la implosió quiere inscribirse. El relato
que quizá podamos liberar y continuar.
Miguel Martínez
[1] Michel
Foucault, Esto no es una pipa. Ensayo
sobre Magritte. Barcelona, Anagrama, 1997.
[2] Antonio
Méndez Rubio, La desaparición del
exterior. Cultura, crisis y fascismo de baja intensidad. Zaragoza,
Editorial Eclipsados, 2012.
[3] Michel
Foucault, Entre filosofía y literatura.
Obras esenciales, Volumen I (ed. Miguel Morey). Barcelona, Paidós, 1999.
[4] Marina
Garcés, Un mundo común. Barcelona,
Edicions Bellaterra, 2013.