16/12/11

Implosió impugnada 10,12 i 14. Paraules gastades en llocs comuns


Rafael Tormo i Cuenca
Implosió impugnada 10,12 i 14. Paraules gastades en llocs comuns
Galería Rosa Santos
Hasta el 14 de enero de 2012

El arte visual y la palabra mantienen una relación no muy diferente a la estrecha ligazón histórica que la pintura ha mantenido con la escritura. La diferencia entre arte visual y pintura hoy, con todo tipo de notas aclaratorias y comillas con que podamos acompañar ambos conceptos, se asemeja bastante a la que se establece entre palabra y escritura. Las palabras no necesariamente tienen porqué generar narración, ni poesía, ni literatura. Tal vez se pueda argüir que tampoco la escritura garantiza su conversión en literatura o en poesía, pero sí parecería poco cuestionable afirmar que la escritura pretende un relato, esto es, organizar la información escrita de la que dispone con un orden y unas pautas, por muy variables y cuestionadoras que éstas puedan ser; mientras que la palabra, la frase e incluso el enunciado, buscan un grito, una alarma, una carcajada, un aviso y, a ser posible, una afección directa y rápida tras su lectura.
Del mismo modo, el arte visual se distancia de una parte de la pintura. En general, se distancia de aquel quehacer pictórico que vive inmerso en su propia preocupación evasiva, que es como decir, en su propia devoción por los elementos técnicos y narrativos derivados de su uso reiterativo, ajeno al desfase (Agamben) que la contemporaneidad implica por el simple hecho de ser. Un motivo posible de este andar en paralelo entre prácticas artísticas dispares –sin cruzarse ni mediar palabra– se encuentra en el uso de medios técnicos y tecnológicos, no necesariamente relacionados con una pericia técnica concreta, en el caso del arte visual. O, dicho de otro modo, mientras el arte visual experimenta para reinventarse, el arte plástico experimenta para seguir siendo igual de eficiente, una y mil veces eficiente.
Así pues la palabra, el enunciado, el eslogan, la frase corta y directa… pretenden una experimentación para seguir siendo proceso: no concluir y repetirse para seguir siendo conclusos, sino plantear un concluyendo que nunca acabe, que persiga con ánimo y sin desesperación el ser, por sí mismo, inconcluso. La complejidad es mayor, por lo tanto; pero lo complejo no es, necesariamente, más acertado. En esa paradoja entre la imposibilidad conclusiva y la necesidad de apuntar direcciones acertadas, el arte visual se enfrenta a su experimentación y a las críticas de propios y extraños.
Sirva esta divagación a propósito de la relación entre imagen y texto para marcar las proporciones del espacio en el que se mueve el trabajo de Rafael Tormo i Cuenca (Beneixida, Valencia, 1963). Por un lado, la acción en el espacio público que persigue el roce social, la necesidad del contacto, la comunicación y transmisión de la cultura popular… donde la palabra se traspasa de boca en boca, de generación en generación y que, sin ir más lejos, nos marca identitaria y culturalmente. Por otro lado, la intención de que esas acciones integradas e integradoras deriven en acciones, instalaciones y obras artísticas. Tras el análisis de sus trabajos, los expuestos aquí pero también los realizados con anterioridad, resulta evidente que la acción primera no existe sin la pretensión intencionada de la segunda, y viceversa, pues con frecuencia se motivan situaciones que hacen evidente la imposible separación de vida y arte, por muy diferentes que puedan llegar a ser en momentos determinados.
Con el título genérico Paraules gastades en llocs comuns, Tormo presenta en la galería Rosa Santos sus implosiones impugnadas 10, 12 y 14. El artista viene trabajando alrededor de un década sobre este concepto de impugnación, evidenciando la tarea representacional del arte, por más que su material solicite de la realidad y le interpele como un leitmotif incombustible. En cuanto al título, todo él con una aparente sensación de impotencia asumida, destacan los conceptos emparejados “palabras gastadas” y “lugares comunes”. Por separado, ambos juegos remiten a una sensación de déjà vu: la impotencia de transformación de las palabras; la utilización de recursos ya empleados y comúnmente asumidos, en el segundo caso. Al reivindicar estos sendos espacios ya transitados, parece buscarse una re-mirada o una re-lectura.
No es caprichoso traer a colación aquí ambos conceptos re-fundacionales, pues las palabras y las imágenes tanto se leen como se ven y se miran. De hecho, la lectura de una imagen le otorga un sentido retórico comparable al modo en que miramos una imagen que emplea un texto o una palabra o, incluso, cuando es toda ella, la imagen, una frase o una palabra dentro de un cartel pegado sobre un muro, por ejemplo.




En la planta baja de la galería, se ubica la Implosió impugnada 10. Asalto a la realidad. La proyección de un vídeo de 12 minutos condensa 24 horas de grabación de la parte trasera del MUSAC. Este icono arquitectónico dedicado al arte contemporáneo es “asaltado” o tímidamente conmovido por la presencia de una víctima de un suceso traumático que, sin embargo, no trastoca la realidad. La representación de una realidad comprimida no es la realidad, y las experiencias trascendentales afectan únicamente a quien las padece. Sobre esta obra existe un texto muy pertinente de Johanna Caplliure.



En la primera planta, un montaje escenográfico-escultórico presenta la implosión número 12. Ocho fotografías de diferentes tamaños enmarcadas con anchos marcos blancos están distribuidas por la gran pared de la sala, a distintas alturas. Siete de las ocho imágenes están colgadas, mientras la octava está apoyada entre el suelo y la pared. El papel fotográfico de alguna de ellas se ha arrugado con premeditación, relacionando el soporte fotográfico con el motivo representado, que en todas ellas son frases impresas sobre papel blanco y pegadas en muros y paredes del espacio público. Por lo tanto, cada una de estas obras son el registro de una acción que ha devenido fotografía.



Esta serie surge inicialmente de una participación en el proyecto expositivo-editorial (sic) societat i cultura, producido por el MUVIM, donde se analizó a fondo el Barrio de Velluters, uno de los cinco que componen la Ciutat Vella de la ciudad de Valencia. En diversas paredes de solares, medianeras o espacios a medio camino entre la ruina palpable y un porvenir que no parece llegar nunca, se pegaron frases como: “pensar contra el pensar”, “sols podem estar junts quan estem junts”, “destruïm tot allò que cal _ conservat”, “qué ens separa?”, “nosaltres l’amor la resistència” o “estem per la forma que es llegeix i no el signe que es descodifica…” entre otras. Las frases y las palabras hacen de mediadoras entre los espacios degradados y, sin embargo, integrados en el porvenir eterno del barrio histórico de Valencia, y los transeúntes de esas calles primero, y los espectadores de la exposición después. Para ambas situaciones, los textos buscan un despertar de la conciencia colectiva, una reivindicación del espacio público como escenario de transmisión de saber y experiencia que está quedando al margen de los modos en que las ciudades evolucionan y son proyectadas.


En esta instalación, la pared con las ocho fotografías está iluminada por una serie de focos sustentados en estructuras de madera a la vez precarias y sobredimensionadas: una arquitectura generada a partir de trípodes asimétricos y focos exteriores que otorgan a toda la sala una pretendida relación con el entorno de la propia galería que, asimismo, está muy cercano a los espacios donde se pegaron las frases y se realizaron las fotografías. Por lo tanto, la relación entre el espacio expositivo y el espacio representado en las imágenes expuestas, crea una cercanía y una generalidad que actúan en una misma dirección.




La tercera y última de las instalaciones, implosió impugnada 14, hace uso igualmente de una escenografía aparatosa. Dos estructuras traseras, realizadas con listones de madera, sustentan sendos muros de contrachapado. Sobre ambos, dos hojas de papel de grandes proporciones, encajados entre sus límites y los de las vallas, recogen dos proyecciones de dispositivas en blanco y negro mostrando una doble acción realizada por el artista. Éstas muestran como Rafael Tormo llega a un muro, desplega unos papeles impresos con palabras y los pega. El pase de las dos series de dispositivas está controlado por temporizadores, fundiendo entre sí las imágenes de las secuencias, generando un ritmo candencioso y que, por momentos, genera una cierta ansiedad ante el desarrollo lento de una acción que se intuye desde el primer momento y que deviene inevitable. Los pitidos resultantes de los fundidos se han dejado audibles, aspecto que potencia la cadencia y la sensación suspendida. Las frases que acaban completándose son: “ja no tinc res nou que contar” y “gràcies per no perdre la fe”.





El día de la inauguración el público asistente recibía las imágenes finales de estas frases impresas en chapas redondas, confiriendo un aspecto portátil y pop que, sin duda influye en el sentido de sus mensajes. Por un lado, el hecho de que un artista confiese que “ya no tienen nada nuevo que contar” acerca su trabajo a una concepción del arte y, por lo tanto del artista en tanto que persona que resuelve con oficio sus inquietudes, donde la autoría es cuestionada. Asimismo, son cuestionadas las ideas previas, los relatos posibles, los resultados obtenidos.






La segunda de las frases, sin duda lanzada para ser leída como continuación de la anterior, no resuelve la imposibilidad de un relato nuevo, novedoso y ajustado, sino que interpela al espectador a seguir siendo espectador. “Gracias por no perder la fe” es una frase que según el contexto donde se exprese puede tener connotaciones muy diversas, antagónicas incluso. En éste, parece remitir a dos funciones; en un primer lugar, más directo, interpela al espectador a que aguante la acción secuenciada con diapositivas, aunque su final se intuya desde casi el principio. En segundo lugar, y buscando una implicación de mayor alcance, se le pide que siga acudiendo, que siga siendo espectador, consciente de que el arte nada puede, seguramente también nada o poco es, sin la presencia y la interpretación finales del público.



Álvaro de los Ángeles

ARTE10